6 de agosto de 2013

Un brindis por los polos de horchata

Mi endocrino me ha puesto una dieta horrible. No puedo comer dulces, ni casi hidratos de carbono (40 gr de pan en el desayuno y ¡basta!)... nada de nutella, nada de galletas, nada de bombones, ni chuches... nada de felicidad.

No tengo hambre si la sigo bien porque sí puedo comer montones de proteínas pero el dulce...mmmm.... está tan rico...

Así que uno de los pocos placeres a los que me entrego este verano -placer culpable que se me acabará pronto seguramente- son los polos de horchata Alacant de la Heladería de mi barrio, junto al Parque de Berlín. Estos.



Son deliciosos. Saben a verano, a playa, a tardes de indolencia y candor, a larguísimas horas de molicie. Están riquísimos, vaya.

He visto también hay sorbetes de horchata en La Sirena y en Mercadona pero creo que es importante el contexto, el parque, el paseo, para su pleno disfrute. De modo que solo los compró hay, en Edelweiss.

De manera que como este agosto no voy a poder ir a Italia a comer el que sin duda es el mejor polo del universo entero (el de limón con palito de regaliz o liquirizzia), de momento me conformo con estos, que son deliciosos. Es un maravilloso premio de consolación.

11 de noviembre de 2011

Por 'The Gentlewoman'

Creía que Monocle era mi revista favorita en absoluto.
Podría haber sido derrocada por un reciente descubrimiento hemerográfico que, como en el caso de la sagaz y flemática revista del monóculo, también viene de la nebulosa Londres.
El otro día, después de una reunión editorial en una de las oficinas más bonitas que conozco (la de Gap´s: un día dedicaré un post a los ascensores antiguos y la fascinación que ejercen) me dio pereza volver a comer a casa. Eran casi las cuatro y últimamente tampoco es que tenga el estómago muy allá.
Recordé un pequeño reducto que, a finales de verano, me habían descubierto Lucía, Marmo y Charo.
Como entonces sólo estuvimos en su terracita no intuía el paraíso para hemerófagos que incluye el muy pizpireto espacio de Magasand (c/ Columela, 4, tienen otro establecimiento en Chueca, en la travesía de San Marcos)
Magasand es una obligación para los amantes de la comida sana y rica (absolutamente memorable su crema de guisantes -y eso que la pedí confundida creyendo que era de calabacín porque yo soy de esas personas que no ven ninguna gracia un guisante).
Para cazadores de revistas desconocidas (diseño, lifestyle, fotografía, moda...), Magasand es una cueva de los tesoros.
Con sus mesas alargadas, con sus flexos, sus estantes llenos de promesas, con su barra, sus zumos riquísimos, su tarta de queso (me llevé una porción para Mirko)... es un sitio al que hay que ir.
Mientras paladeaba mi deliciosa crema de guisantes (de un tamaño suficiente para almorzar) y la acompañaba de una jugosa ensalada de garbanzos (al final me puse morada), descubrí la revista a la que dedico este post, Gentlewoman, que empecé a leer 'in situ' y decidí comprar para seguir leyendo en casa.

Con su elegante estética vintage, Gentlewoman, que tiene una periodicidad bianual y aquí en Madrid cuesta siete eurillos del ala, te hace recuperar la fe en la posibilidad de una revista femenina inteligente, astuta, bien hecha, con secciones típicas de revista femenina (que si moda, que si belleza) pero, también, con fabulosas entrevistas y con una forma de presentar la información que es tan audaz como mordaz.

La que dedican a su chica de portada de este invierno, la muy bella actriz británica Olivia Williams, es fabulosa. La de Jennifer Egan (tengo que leer alguna de sus novelas ya), muy recomendable. La que recoge los trucos para ser la anfitriona perfecta de Chantelle Nicholson, genial.
Su editorial de moda sobre estampados (las únicas páginas a color de la revista) es memorables y su índice en torno al concepto de Modernidad (Modern Metamorphosis, Modern Casting, Modern Dealing, Modern Hosting, Modern Giving...)

Y luego hay publicidad, claro, pero no molesta en medio de la revista o de la lectura.

Me pasa con Gentlewoman que me descubre a mujeres de las que quiero saber más, que me da ganas de leer más libros y no sólo de comprar más cosas.

Os la recomiendo. Es, como aseguran en su última portada, absolutamente, 'lovely'.
A ver si mañana me hago otra escapada a Magasand, a ver si hago algún otro gran descubrimiento.

30 de octubre de 2011

Por Intermezzo

Hacía una vida que no íbamos a desayunar a uno de mis bares de barrio favoritos, Intermezzo, pero este sábado nos hemos regalado una de esas mañanas indolentes a la vera del periódico, del muy estulto y aún así irresistible suplemento femenino, del bizcocho casero y el zumo de naranja.

Lo mejor de Intermezzo no es el bizcocho de yogurt, tan gordo y esponjoso que hay que cortarlo en transversal para llevárselo a la boca, como si fuera el pan de un bocata. Tampoco las rosquillas de anís que siempre pedimos como propina, ni siquiera el zumo de naranja recién exprimido.

 Lo mejor no es el chucho milenario y despeinado que recorre los bajos de las mesas con su cara triste ni la camarera con físico de hormiguita hacendosa y voz aniñada. Lo mejor no es que no haya apenas nadie a estas 11 del sábado recién estrenado.

Para mí, lo mejor es el ventanal enorme que se asoma al Auditorio Nacional, a los edificios de Príncipe de Vergara y las pistas de baloncesto. Eso, y la sensación de estar asomado al mundo de posibilidades infinitas del fin de semana, el horizonte abierto y despejado y sereno de las mañanas de sábado junto al café con leche...

13 de octubre de 2011

Por mis alumnos, cuando son buenos

No es que lo sean siempre, ni siquiera a menudo, pero a veces pasa que mis estudiantes (he cambiado de curro y estoy dando clases en la universidad) me sorprenden, qué leches, me dejan con la boca abierta.

Hace una semana, más o menos, les pedí que inventaran y grabaran un vídeo, un spot, como si estuvieran trabajando para la Oficina de Turismo de Madrid.
Como son estudiantes de segundo, sólo, que no me tienen ni 20 añitos de nada, les pedía nada más que buscasen -en grupos- estereotipos de otra ciudad en Madrid, que persiguiesen el sabor de otras capitales, las texturas, los aromas, las gentes, los rincones... en la nuestra.

Como eso de que son nativos tecnológicos es más verdad que que yo soy rubia, les pedía un vídeo editado: 30 segundos mínimo para decir que Madrid tiene un color especial y es el color de muchos sitios. La campaña quería subrayar el carácter cosmopolita y universal de nuestra muy requetepolifacética urbe y para ello cada equipo iba a salir a la caza de esos sabores y aderezos que, todos juntos, saben a Madrid, que si Beijing, que si Bogotá, que si Nueva Delhi, que si Tokyo...

Tengo un montón de Erasmus en clase y muchos estudiantes que, aunque españoles, se han hecho madrileños de adopción universitaria. Así que quería, básicamente, que guiris y naturales y despistados descubrieran un poco y que amasen más el lugar en que viven. Y como siempre les pido a mis alumnos que en cada grupo haya un internacional, pues quería que los sacasen de paseo, que se fueran juntos a explorar su tierra en busca de alusiones de otras, que se tomaran unas cañas, vaya, que eso siempre inspira.
Como son estudiantes de Pensamiento Creativo, y llevamos apenas tres semanas de clase me esperaba cualquier chapuza (no, en realidad no, en el fondo de mi corazoncito de profe, no, pero estaba mentalizada para rebajar las expectativas). Algún excompi del mundo real, el del oficio, me lo advirtió, 'verás qué cagadas'. Y es que hay veces que los estudiantes son de una vagancia ultraterrena.

Pero resulta que se lo han currado, y que me han presentado cosas como ésta.



 Así que, henchida de orgullo pedagógico, brindo por ellos






11 de octubre de 2011

Por Eric

El el Día de debajo de mi casa -y con este inicio sabéis que voy a hablar de uno de mis temas en absoluto favoritos y que el tema bien justifica mi regreso a este blog- en mi Día, decía, alguien ha decidido incluir una portentosa innovación, y no es broma.
En un encendido canto a la igualdad de oportunidades, ha aparecido Eric, el nuevo cajero. Y vale que no es 'el hombre Cocacolalight' del anuncio de los 80, pero Eric bien se merece un brindis.
Que no, que no está cachas. Si Hannah Barbera hubiera tenido algún modelo humano a la hora de dibujar al impertérrito compañero de Scoobie Doo, ése hubiera sido Eric. Apolíneo, enjuto y larguirucho, con una pose que yo denominaría como junquiforme (permítase el neologismo) Eric -que no se llama Eric pero no sé cómo se llama- presume de un fabuloso peinado juglaresco y una inverosímil tonalidad naranja en su muy poblada cabellera. Descolgado en su bata roja, con su aire despistado, Eric sonríe siempre, de continuo y se entretiene sin pudor con las abuelitas mañaneras que bajan a la compra acompañadas de sus nietos huidos de la guardería (ahora he cambiado de trabajo y puedo permitirme otras observaciones). Eric se pone a jugar con ellos y los kinder sorpresa de al lado de la caja y se queda tan pancho. Son los pequeños placeres de poder hacer la compra a la hora 'cocacola light', las 11.30 de la mañana.
Soy del todo incapaz de calcular la edad del nuevo 'chico Día', menos de 30 diría en un vistazo... pero pudiera ser que Eric, con su porte de hijosdalgo y su mirada quijotesca, estuviera más entrado en años que en carnes.
Y luego está su voz, una maravillosa voz asincopada y bronca que de nuevo recuerda los dibujos animados estadounidenses.
No, no está mazas; no, no es un buenorro que alegre la vista a las abuelillas... pero supone una fascinante novedad en el vecindario.
Por lo demás, ha venido con una nueva compañera, y es que la vigorosa y dicharachera cajera de enfrente también se incorpora a la plantilla desde hace nada. Otro día os cuento cómo es ella porque, de momento, tampoco sé su nombre. Sólo doy fe de una cosa: sus pendientes son los más desorbitados, coloridos y rotundos, no digo del edificio, sino del barrio entero.
Brindo también por ellos.